Calvos

Todos recordamos la multitud de calvos que pululan por la antigüedad. El más famoso, Cesar, objeto de sátiras y puyas centradas en su calvicie. Estatuas, grabados, todos representan en muchas ocasiones a ilustres o desconocidos ciudadanos con la cabeza más o menos desierta
De repente esto desaparece, la carencia capilar se transforma en un tabú y no se observa ninguna reproducción que la presente. Tendremos que esperar a la Ilustración para que los calvos entren de nuevo en la historia.
Ni la literatura ─¿cuántos calvos hay en la obra de Quevedo? Y eso que él estaba lirondo─ ni la pintura, ni la historia. Vemos la supuesta reproducción del rostro de Colón luciendo una respetable peluca puesto que había perdido todo su pelo en su juventud. Igual otros muchos personajes históricos que no citaremos por no ser necesario.
¿Cual fue pues la causa de esta censura? Vemos que comienza cuando el catolicismo alcanza el poder político y desaparece cuando los pueblos se sacuden el mismo.
¿Qué motivos impulsaban a tomar esa medida? Hoy podemos aclararlo. La calvicie estaba vista como una imperfección, nadie perfecto podía ser calvo, ¡y el Jesús evangélico lucía una calva total! Por eso, para tratar de olvidarlo, se censuró la alopecia en todas sus manifestaciones.
Y así, la misma iglesia que nos ocultó las fantásticas bailarinas gaditanas ─famosas en todo el orbe conocido─ y la versión original de Mogambo, también nos impidió gozar de la esplendorosa calvez de Isabel I de Castilla.

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