Le pareció un juego, y así lo emprendió. Desde luego, las tres estaban buenísimas, pero ya que le pedían que eligiese... Pinto, pinto, gorgorito... e inocente, sin mayor preocupación, señaló; tú. ¡La que liaba!
El hundimiento de la Atlántida en el fondo de los océanos provocó que el nivel de las aguas subiese de manera alarmante y que las costas fuesen afectadas por terribles maremotos. A consecuencia de todo ello, en la costa este del Mediterráneo quedó destruido el mundo que en aquellos momentos estaba creando Yavé, el diosecillo local. Cuando pasó el desastre, intentó reconstruir de nuevo su mundo, pero los materiales estaban deteriorados por las aguas y como además él ya estaba un poco harto del asunto, le quedo un mundo un tanto desvencijado.
Cuando los pérfidos árabes invadieron la nuestra España, colaboró en gran manera, llamándoles primero, facilitando su viaje después y ayudándoles a conseguir la victoria el obispo de Córdoba, Toqueman Este estaba furioso al conocer que en la corte de Rodrigo imperaba el arrianismo, que el propio rey pertenecía a esta secta nefasta y que incluso su capellán personal, un malvado sacerdote llamado Devinci, no solo sostenía que Jesús era hombre sino que afirmaba que casado con María de Magdala había tenido descendencia.
Castro «El Sapo» escondió de inmediato el botín bajo sus ropas e inició una cautelosa retirada. El orondo caballero que había sido su víctima inconsciente del suceso, permanecía impasible y ajeno. Pero la solapada actitud de Castro levantó su curiosidad primero y luego sus sospechas. Empezó a palparse la ropa hasta que descubrió la no presencia de su faltriquera. Fue entonces cuando girándose emprendió un trotecillo asmático mientras vociferaba: «¡Al ladrón, al ladrón!» Antes del segundo «ladrón», Castro abandonó toda cautela y cambió su andar por la carrera necesaria en estas ocasiones. La gente se apartaba a su paso ─tradicional costumbre española de no colaboración con la justicia─ y dada la sustancial ventaja en años y peso de que gozaba, pronto la distancia se acrecentó como para pensar en la impunidad. Una última mirada atrás, hacia su víctima, al emprender el giro de la esquina fue su primera equivocación. Chocó con un voluminoso soldado que se acercaba en dirección contraria, a...